viernes, 13 de mayo de 2016

La hermosura que brotó de un corazón atribulado: Una tumba muy animada en Montparnasse

El hábito de lectura

Parece que corren malos tiempos para esta rama de las Artes que es la literatura, o eso parece desprenderse de una reciente entrevista al escritor Manuel Vicent en el diario El País. Bien que desde una perspectiva algo diferente, mi percepción no se separa mucho de la suya. La tengo a pesar de que, si lees las estadísticas de ventas de libros en España, da la impresión de que los hábitos de lectura aumentan. Digamos que ese dato no nos orienta sobre qué es lo que se lee y cómo se lee.

Posiblemente la oferta audiovisual ha contribuido a que la lectura de obras literarias nos parezca una ocupación antigua. Pienso que no lo es tanto por la "cantidad" y "variedad" de esta nueva oferta, sino por la consagración de una tipología de entretenimiento que dificulta el consumo de cualquier otro tipo de producto cultural. Me refiero a las películas "de acción" y "suspense", o "thriller", como se les llama hoy en día. Y peor está el panorama si hablamos de las "series" de televisión, tan de moda en los últimos años, tema al que no tardaré en dedicar algún próximo artículo. Y la incompatibilidad es ya total si nos referimos a otro tipo de productos televisivos de nulo (por no decir que negativo) contenido cultural.

Menos mal que existe una proporción suficiente de público que es capaz de apreciar otro tipo de películas, esas para las que la palabra "muermo" es definición habitual en ciertas críticas de atrevidos aprendices de entendidos que se dejan caer por los foros de filmaffinity (versión en español) y en menor medida por allociné o por rotten tomatoes. Se ve que en otros países la gente se corta antes de calificar una película de Kubrick como "truño" (otro de los insultos de moda).

La literatura plantea también ese mismo problema, que es la dificultad de mucha gente por realizar el esfuerzo de leer algo que no sea "acción", "morbo" o lo que yo llamo "pornografía de baja intensidad". A ésta yo la defino como aquella obra que atrae al gran público y puede ser consumida por él sin que éste se plantee que está leyendo una obra pornográfica; cuestión también presente en muchas películas de éxito: ¿ejemplos? Pretty Woman, que he visto, y Cincuenta Sombras de Grey, que no he leído, pero que apuesto una mano a que cumple los requisitos.

Pues bien, si leer novela (salvo pseudoliteratura) ya resulta difícil para una buena proporción de la población, la poesía requiere de una paciencia que no está al alcance de mucha gente. Y no porque no sean capaces, sino porque no se lo plantean. No ha estado de moda la poesía en las últimas décadas, y yo también fui arrastrado por esa corriente que la consideraba un arte menor. No puedo sino lamentarme de no haberla descubierto antes. Ya nunca pasaré de ser un mal aficionado de ésta mi nueva pasión.

En fin, qué os puedo recomendar, sino que os arméis de paciencia y no despreciéis la poesía. Como todo hábito requiere su aprendizaje. En el caso de la poesía es más importante que en ningún otro género que la lectura sea especialmente pausada. Como todos los placeres sutiles, son especialmente gratificantes cuando se descubren.


Mi limitada experiencia previa en poesía

En efecto, no he podio conocer mucha poesía, aunque si hago un repaso ya son unos cuantos autores los que he tenido la ocasión de leer. Desde nuestro clásico en catalán Ausiàs March (difícil de leer incluso para los catalano-parlantes), pasando por Garcilaso, Juan de la Cruz, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Alberti, Neruda, Darío, una antología que encontré de poesía francesa, el descubrimiento por error de José Agustín Goytisolo, y alguno más que habré olvidado. He disfrutado con casi todos ellos, con unos más que con otros.

De entre los por mí leídos y que han escrito en lengua castellana sobresale San Juan de la Cruz, poeta considerado místico. Pero para mí la mística no es sino el esmeril que emborrona el cristal, tras el cual trasluce la silueta desnuda de una palpitante "carnalidad". Esa carnalidad que es, sin duda, uno de los grandes atractivos de su poesía.

Para poder establecer una escala me faltan algunos grandes monstruos de la poesía lírica que todavía no conozco: Petrarca, Rimbaud, Verlaine, Wilde, García Lorca, lord Byron...puede que en alguno de ellos encuentre algo superior a lo que actualmente conozco.


¡Oh, Charles, te adoramos!

Pero, actualmente, sitúo bastante por encima de San Juan de la Cruz a Charles Baudelaire, al que encumbro en el Olimpo del genio literario, cumbre más elevada que el Parnaso, por cierto, ya que se le considera parnasiano. Puede que diciendo lo anterior cometa un sacrilegio, pues no parece que la opinión generalizada sea de colocarlo tan en la cima.

¡Qué le voy a hacer, pero es que su poesía golpea duramente el espíritu! Como si fuera el cuerpo de un refinado masoquista que se protege la cara de recibir un nuevo golpe, pero al que un experto boxeador dirige ahora sus puños sin piedad contra el hígado. Pero quien, al tiempo que el dolor físico, experimentara un intenso y lúbrico placer.

Quizás la poesía no se pueda universalizar y provoque reacciones diferentes, que pueden ser de indiferencia o intensísimas, según la personalidad y estado anímico de cada cual. En mi caso es Baudelaire el que logra que se me active el nervio de la sensibilidad desde lo más profundo de mi mente y de mi cuerpo.

Parece que no soy el único. Leyendo la biografía de  Serge Gainsbourg en wikipedia descubro, por casualidad, que hay tres tumbas muy visitadas en el cementerio de Montparnasse: la del propio Gainsbourg, la de Sartre y su compañera Beauvoir, y la de Baudelaire.

Ironías de la Historia, nos llama la atención que en la lápida de esa tumba todos los honores se atribuyen al padrastro del poeta, mientras que a éste sólo se le atribuye haber sido...el hijastro del General. Y otra ironía, más cruel si cabe: el denunciante de la inmoralidad del libro de Baudelaire, "Las Flores del Mal" fue asimismo denunciante de "Madame Bovary", la inolvidable novela de Flaubert ¡Qué ojo clínico el de este, sin duda en su día considerado como prohombre y guardián de los probos valores de la sociedad francesa! Por ahí anda su nombre, no tengo más que buscarlo..¡para qué, si no merece la pena ni citar el nombre de ese gusano! ¡Qué altivo debió ser en vida!

Todos los versos de Baudelaire son magníficos, y algunos ascienden al calificativo de celestiales. Charles, el hijo que se sintió abandonado por su madre y que buscó el despecho en hacer lo contrario que su padrastro, llevando una vida desordenada y provocativa. Que buscó cobijo para su herido corazón en sórdidas y deformes prostitutas, en el alcohol y en las drogas. Ese personaje excéntrico, brutal, que a los cuarenta años estaba ya decrépito, era a la vez un alma sutil, refinada, y muy culta. Un alma que le canta como nadie a la belleza del sol de París sobre sus tejados, a la pasión, al deseo, a los celos, y que realza el valor de las almas de aquéllos que provocan la repugnancia de las hipócritas "gentes de bien".

Adoro a Baudelaire por las expresiones tan bellas que utiliza, una forma de plasmar la realidad en la literatura que puede compararse al estilo de Cervantes. Y por la temática de sus poemas, que es tan escogida para evocar en nosotros los más variados sentimientos: de éxtasis, de angustia, de nostalgia, de compasión, de amor, de deseo, de repugnancia...Todos estos sentimientos sabiamente puestos en contraste provocan un claroscuro de sensaciones que nos deja desarmados para el siguiente envite.


El problema del idioma

A Baudelaire lo comencé leyendo en castellano, en una traducción de Carles Pujol. Me cautivó desde el primer poema ("Al lector"). Pero he acabado leyéndolo en francés, a pesar de que no es sencillo leer poesía en un idioma que no se domina a la perfección. Es un aspecto importante. En todas las obras literarias las traducciones implican siempre una pérdida de pureza. Pero en poesía este aspecto acaba siendo mucho más importante. Por ejemplo, ¿cómo traducimos a otro idioma estos versos de Darío?:

Ínclitas razas ubérrimas,
sangre de Hispania fecunda...

No hay duda de que es bastante probable que se pierda la sonoridad con la traducción a otro idioma, con lo que se pierde una parte importante del efecto poético.

En el caso de los poemas de Baudelaire con la traducción se pierde la rima. Si se traduce muy literalmente se pierde en ocasiones el sentido poético, porque hay giros franceses que no quedan bien en castellano. La traducción de Carles Pujol me gusta, pues he visto alguna otra que le hace perder la gracia a los poemas (quizás por tratar de ser literal). El problema de esa traducción es que es muy libre, a veces se aparta de la literalidad del original. Es evidente que en el texto traducido hay una mezcla del espíritu del creador y el del traductor, que no deja de ser otro creador, en cuanto que se aleja de la literalidad (de la máquina, del traductor de Google) y que escoge los sinónimos que él cree que quedan mejor.

Es por eso que me planteé el reto de leer en francés. No era fácil, si quería hacerlo bien. La poesía presenta un léxico muy rico y unas composiciones sintácticas complejas, incluso a menudo, forzadas. De ahí la dificultad de comprender para el no nativo, cuesta mucho leer. Hago uso bastante continuo del diccionario, y no vale un diccionario traductor, tiene que ser un diccionario en francés, para comprender los significados secundarios de las palabras. Y, cuando creo que he comprendido el texto completo lo comparo con el poema traducido. En más de una ocasión me he llevado la sorpresa de no haber comprendido bien el significado de una frase.

No suelo dedicar mucho tiempo a la lectura. Y además leo despacio, cuando el autor merece la pena, no más de 10 ó 15 páginas diarias. En este caso llevo un mes y apenas he conseguido leer la mitad de sus poemas. No me importa, pues disfruto como pocas veces un libro lo ha conseguido. Nunca pensé que con la poesía pudiera alcanzar tal grado de emoción.


Un esqueleto muy vivo

A Baudelaire se le considera un poeta parnasiano, el último, pero también el primero de los poetas simbolistas, los cuales bebieron de su legado. Parnasianismo y simbolismo: La forma y el fondo. Ambos conceptos están muy cuidados en su poesía. La mezcla produce ese resultado tan cercano a la perfección. Uno de sus mejores seguidores, al que admiro, es Rubén Darío. Las formas del nicaragüense son magníficas, pocos le superan en este aspecto en la lírica en castellano, pero no llegan a combinarse con unos temas tan evocadores y profundos como los que consigue el poeta parisino.

Este verano será el 150 aniversario de su muerte. Puesto que a la gente le gustan estos números redondos, sus adoradores deberíamos aprovechar la ocasión para tratar de colocarlo en el lugar cumbre en la Historia del Arte que creemos merece. Y si no, a mí me basta con disfrutar de sus poemas, y mi honestidad queda patente con haber pregonado la buena nueva de su existencia a quien me lea y no lo conozca.

Parodiando su estilo, cuando ya no existen ni los gusanos que devoraron a los gusanos que lamieron su carne y sus vísceras, ni tampoco las gentes que pudieron guardar su recuerdo, sus versos siguen conservando esa pócima fabricada con los ingredientes de sus anhelos, de sus tribulaciones, de sus odios, sus lúbricos deseos, sus celos, sus amores, en definitiva, de sus Flores del Mal, título que define a la perfección su contenido.

Lo lograste, Charles. Lo intuías en alguno de tus poemas: La Historia te considera uno de sus Grandes. Gracias por haber existido y por tu vida difícil y llena de penalidades, de excesos, pero también de inusitados placeres.