De este año 2019 me llevo, muy por encima de cualquier otro
descubrimiento cultural, la grata sorpresa de haber leído la magnífica novela,
¡su primera novela!, "Pequeño país", del escritor burundés (de
nacimiento, no sé si también de nacionalidad, aparte de la francesa) Gaël Faye.
Fue una recomendación de mi librera de barrio (no había
frecuentado mucho su librería, es la verdad), que recogí sin mucho entusiasmo.
Pensaba en un libro de esos que vendería “exotismo para europeos” y, posiblemente,
“buenrrollismo”, un tanto naíf.
Las dos primeras páginas no invitaban al optimismo, es la
verdad, pero en la tercera cambió muy radicalmente mi impresión. Empecé a ver
muy interesante su forma tan poética de escribir y describir. Y, a medida que
me adentraba en la novela, me iba maravillando más. Si se leen las reseñas de muchos
lectores, esta primera parte del libro les parece aburrida. He de decir que a mí
me pareció casi mejor esta primera mitad que la segunda, sin desmerecer a esta
última, donde la intensidad emocional sube varios órdenes de magnitud. Esa
segunda mitad es también inolvidable, mas, por ponerle algún pero, en alguna
ocasión tuve la sensación de que la acción estaba demasiado revolucionada. Pequeña
tacha subjetiva que no quita grandeza a un libro llamado a permanecer atemporal
entre los clásicos.
Extraordinaria es también la biografía de Gaël, con su
infancia en Burumbura, en la ribera del lago Tanganica, su refugio de “metèque”
en su admirado París, su estancia de yuppie en Londres y su decisión de cortar
y volver a París para vivir como bohemio rapero, hasta su descubrimiento casual
por una editora de apellido famoso y su fulgurante éxito al primer intento. Me he
empapado de sus canciones, a pesar de que el rap no es mi estilo y así he
descubierto al poeta que dio a luz a un todavía mejor prosista.
Con 35 años, si no se estropea, Gaël nos promete un futuro
de placeres de lectura. Y de poesía cantada. Como su “Pili Pili sur un Croissant au Beurre”, donde describe la historia
de sus padres.
Pocas alegrías más en este año. En cine, voy descubriendo
obras antiguas de mi amigo el director japonés Hirokazu Koreeda. Vi hace poco
su “Air Doll”. La conseguí acabar tras varios ensayos (más de cuatro, seguro)
en los que a punto estuve de tirar la toalla. Me la ponía después de comer y me
dormía. Llegué a pensar que estaba saturado ya de Hirokazu, que tenía películas
aburridas y un poco cursis. Por fin un día conseguí pasar a la segunda mitad de
la película y toda mi apreciación sufrió un vuelco de 180 grados. De nuevo el
gran Koreeda, el mago, el genio, conseguía que su película, abandonara la pista
de despegue y dirigiera el morro hacia las celestes alturas donde moran las obras
maestras.
Es curioso, pero “Air Doll”, como “El tercer Asesinato”, son
películas con baja puntuación por los críticos profesionales y por el público,
pero que a mí me han gustado de forma especial.
Tras tanta ausencia hay muchas cosas para contar a mi audiencia. Si tengo tiempo volveré a la carga con el blog. Hasta la próxima.
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