sábado, 6 de febrero de 2016

Mis nombres propios de 2015: Álex y Raphael

Queridos lectores, os advierto de que no vais a encontrar aquí un relato neutral. Esto puede parecer una obviedad, puesto que nadie es objetivo. Pero así como en el resto de mis críticas no tengo, o eso me parece, ninguna preferencia o rechazo previo hacia un realizador de cine o hacia un escritor, si bien no puedo negar que siempre hay una predisposición positiva hacia quien me ha gustado en otra ocasión anterior, en este caso reconozco que tengo una debilidad evidente a la hora de juzgar. Y es que soy "alexista", y en cierto modo, también soy "raphaelista".

Lo siento, a estos dos personajes voy a tratarlos bien, posiblemente mejor de lo que les sucedería en el caso de un juicio más neutral.

Me falta explicaros también cuáles son las razones por las que los emparejo en esta entrada del blog. Y, sin duda, muchos ya lo habréis adivinado, hay una primera explicación evidente: en la última película de Álex de la Iglesia podemos considerar que Raphael es el protagonista. Verdad es que actúa dentro de una película muy coral, me permitiréis la expresión "con un reparto repartido". Pero es su música la que, primordialmente, decora la película, "Mi gran noche". Y porque Raphael siempre es EL protagonista. Si lo dudáis, repasad en youtube alguna de sus actuaciones a dúo.

Pero, tras una reflexión, surge la segunda explicación: Ambos artistas, Álex y  Raphael, presentan bastantes similitudes. Sin duda, porque ambos tienen una carrera muy personal, si bien la de Álex puede recordar al cine de Berlanga, quien por cierto, también es santo de mi devoción, y también adolece de los mismos defectos que Álex. Pero, sobre todo, porque ambos, Álex y Raphael, son maestros del espectáculo excesivo, sobreactuado.

¡Atención! Esa definición no tiene una consideración negativa. No, al contrario, más bien les estoy dedicando un elogio, sea que con algunos matices. Sí, hay que reconocer que la "exageración exagerada" les hace traspasar, en ocasiones, esa delgada línea que separa la obra de arte de lo ridículo. Pero cuando se quedan en el lado bueno de la susodicha raya, resultan geniales, entrañables y unos artistas de una talla enorme.

Hay una película en la que a Álex de la Iglesia  le funciona todo redondo, y es "El día de la bestia", una de las mejores películas del panorama hispano, y de las mejores películas que ha dado el cine europeo en las últimas décadas. En otras dos, "La comunidad" y "Crimen Ferpecto" casi lo borda también, ambas tienen pasajes memorables, unos golpes de humor geniales, pero también algún que otro desbarre. Sin embargo, en "Acción Mutante" todo me resulta ridículo, insoportable. Y sólo he visto dos películas suyas más. Una de ellas es "Las Brujas de Zugarramurdi", película, para mí, mediocre, pero con destellos de alguien que tuvo, y que, por tanto, retuvo.

Y la otra es la aludida "Mi Gran Noche". Disfruté con ella, a pesar de sus muchos defectos. Defectos que derivan de sus excesos. Pero su ritmo frenético, sus actuaciones, cada vez mejores, de sus actores y actrices fetiches me hicieron pasar un buen rato. Me reí y se me pasó el tiempo en un santiamén. ¿Merece el Goya de este año? Posiblemente no merezca ningún Goya. Pero en ese caso ¡déjenlo desierto, por favor! ¡No se lo den a "La Novia"! No cometan el mismo error que el festival de San Sebastián del año pasado con "Magical Girl".

No he visto "Truman", otra de las candidatas. ¿Que por qué? Pues porque me la imagino y, lo confieso, eso me echa para atrás. Sí que vi "Un Día Perfecto", otra de las candidatas. Conseguí acabarla. Chirrían muchas cosas en ella, ¡madre mía si chirrían!, pero se deja ver. Pero no pude soportar "La Novia". Y es que lo ridículo puede estar también en lo que se pretende que sea sublime. La delgada línea también se puede traspasar aquí. Y se traspasa ¡tantas veces! que te empiezas a poner de mal humor. Y te inquietas. No paras de moverte en la butaca. Y a tu acompañante, por suerte, le sucede lo mismo. Y decidís que no habéis ido al cine para pasar un mal rato. Y os levantáis y os vais. Y tenéis la sensación de haber tomado la decisión correcta y os entra una sensación muy placentera que se mezcla con el mal humor anterior. Y salís del cine con un ataque de risa.

En fin, vuelvo a Raphael, un artista que me fascinaba en mi niñez por su modo de actuar. Después, en mi juventud, dejó de interesarme, como a casi todos los de mi entorno. Raphael era caspa, su estilo estaba demodé, lo moderno era la música anglosajona. Durante muchos años Raphael fue para mí sólo el eco de sus innumerables imitadores y alguna que otra canción suya que sonaba con fuerza. Hace unos años que me reconcilié con él.

Raphael se gusta. Está enamorado de su imagen, cual Narciso. No es fácil su actuación, lleva detrás muchas horas de ensayo. Creo que ese gesto que parece que sale espontáneo es fruto de haber trabajado largo tiempo frente al espejo. Perfeccionándose.

Raphael crea en ti una sensación ambivalente: lo amas y lo odias. Pero no puedes seguir mucho tiempo así, te has de decidir: o lo amas o lo odias. Y, como sucede con Álex, hay quien se rinde a su embrujo y muchos otros que lo detestan. Aunque los años no pasan en balde y sus mejores tiempos han quedado atrás.

Raphael, genio y figura. Fascinante y ridículo a un tiempo. Único. Y... maravilloooosso, corasón, maravilloosso.




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