viernes, 14 de junio de 2013

Educación y grado de desarrollo. Primera Parte.



A raíz de la presentación del borrador de la nueva Ley de Educación, se ha abierto un debate en España acerca del papel de la misma en el desarrollo del país.

Sabemos que la educación está muy relacionada con las posibilidades de crecimiento económico futuro de un estado. Y aun en el caso de que todos los países del mundo se percaten de ello (prácticamente todos ya lo saben), no apostar por una buena educación dejaría a un país descolgado. Por tanto, ya no se trata de extender al máximo la educación, sino de conseguir de ella los máximos rendimientos (de tipo económico sin duda, pero también de otros tipos), en competencia con el resto de los países. Quizás por ello se esté hablando no ya de educar, sino de conseguir la "excelencia" en la educación.

En un amplio abanico de cuestiones no otorgo la más mínima confianza a nuestro actual Gobierno de España (para que no se me malinterprete, el anterior Gobierno también me mereció la misma consideración). Desgraciadamente, tengo muy mal concepto del mismo y de sus motivaciones. Sin embargo, respecto de la educación, creo que su impulso es, en líneas generales, "noble", en el sentido de que desean lo mejor para el desarrollo del país (y no de su bolsillo), y no defienden otros intereses más espúreos. Tampoco me toméis por "naïf", pues sé muy bien que intereses particulares y presiones los hay también en este tema. Lo que os quiero transmitir es que están presentes en menor intensidad que en otros asuntos políticos, como pueden ser la sanidad, la reforma laboral, la política fiscal y tantos otros.

Por el contrario, aunque los intereses "inconfesables" jueguen un papel secundario, creo que el Gobierno en este tema está atado por sus prejuicios ideológicos y, creo apreciar (a raíz de la información que ofrece la prensa, que es la única que poseo) una apabullante falta de diálogo con todos los sectores implicados. No se ha abierto un debate público y serio (esto ha desaparecido desde hace décadas). No dudo que su propuesta se ha basado en las ideas de algunos "expertos", pero me temo que estos serán todos de la misma cuerda ideológica. Si yo gobernara intentaría también imponer mis principios, sin duda, pero al menos recogería opiniones y sugerencias de "todos" los implicados, antes de decidir. Y no excluiría el pacto de Estado, pensando en el largo plazo, aunque marcaría con claridad las líneas rojas. Pero mi motivación no es criticar la actual propuesta de Ley, sino poner a disposición de mis lectores algunas ideas para mejorar la calidad de la educación. No soy experto en la materia, pero creo que mi preparación y mi experiencia son suficientes como para que algunas de mis ideas sean dignas de ser tenidas en consideración.

En estos tiempos de crisis nuestro Gobierno habla de potenciar la "Marca España" en el exterior. Es cierto que la percepción de la buena imagen de nuestro país ha caído en picado, en especial en los países occidentales y principalmente entre el público general. No quiero desviarme del tema, pero sí que es cierto que muchas empresas españolas triunfan fuera de nuestras fronteras, a pesar de la imagen general del país. La crisis ha tenido que ver con ello, pues las ha forzado a salr a otros países para no desaparecer, pero no minusvaloremos la importancia de la educación en ese éxito. 

Y es que no se han hecho las cosas tan mal en ciertos aspectos cuando echamos la vista atrás. Saber reconocer lo que se ha hecho bien y lo que se ha hecho mal es fundamental para orientar la educación hacia la "excelencia" que buscamos.

En mi opinión el buen rumbo se torció a partir de los años 90. Por desgracia, ese periodo coincidió con el momento cuando los resultados de tres décadas de hacer las cosas cada vez mejor empiezan a dar sus frutos, lo cual escondió los graves errores que se comenzaron a cometer. Fijaos que sitúo el principio de las cosas bien hechas en los años 60, tras el Plan de Estabilización, y no con el advenimiento de la Democracia. Y es que me estoy refiriendo al Desarrollo Social y Económico, y creo que entonces se comenzaron a poner las bases de lo que se continuó con buen acierto en los 70 y en los 80. El país, con sus Gobiernos, pensaba y actuaba en términos de "intereses de país" durante esos años. Al menos eso fue así de manera general. Incluso el comienzo de las ideas "neoliberales" o "postmodernismo" que se le denominaba entonces, trajo algunos aspectos positivos. La competitividad, la eficiencia, y el reconocimiento de la labor del empresario (hasta entonces se le había visto como "el capitalista", con una connotación más bien negativa) son virtudes que se ponen en valor desde entonces. A partir de los años 90 todo se estropeó de manera inexorable con la generalización de la corrupción, del triunfo total de los intereses de las Grandes Corporaciones (que fomentaron dicha corrupción), y con el triunfo del "populismo" en la política, donde todo valía para llegar a ganar las siguientes elecciones.

Se me puede reprochar que no todo lo que se hizo durante los 60, 70 y 80 estuvo bien, ni que todo lo posterior se hizo mal. Es evidente que el relato que he expuesto está caricaturizado, las cosas no son blancas o negras, sino grises, más o menos oscuras. Lo que he expuesto indica las líneas generales.

Creo que ya podemos inferir una primera regla de oro. Es evidente, por tanto, que no se puede separar el éxito de la educación respecto de la necesidad de una reforma del sistema político. Reforma que debe volver a poner en primer lugar el Interés General por encima de los intereses particulares de unos pocos.

Y exponemos la segunda regla de oro: el triunfo de la educación de un país es un sumatorio de triunfos individuales. Es tema de discusión si es mejor incidir en el presupuesto de manera que el sistema apoye más a los "mejores", a los que destacan, o si sale más a cuenta intentar respaldar a los que sin ayuda suplementaria se quedarían descolgados. Pero la Educación debe ser Universal. En efecto, desperdiciar a un porcentaje significativo de la población por su falta de recursos es tan suicida como decir que solo permitiremos jugar al tenis a los que han nacido al Oeste del Meridiano que pasa por el medio del Paseo de la Castellana de Madrid. Si esa regla hubiera aplicado desde hace 30 años, entonces Rafael Nadal y David Ferrer estarían dedicándose a otro oficio distinto, o engrosando las listas del paro.
 



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