lunes, 3 de octubre de 2011

Pecados de la izquierda (1)

He creado un archivo con las ideas que me van surgiendo para nuevos artículos de este blog. A medida que me vienen a la cabeza, y en cuanto tengo tiempo para ir a escribirlas, las guardo en dicho archivo.

Tengo ya unos cuantos temas en marcha. Todos ellos creo que pueden ser muy interesantes. Además, al ir guardando las ideas, estos artículos nacerán más elaborados, menos improvisados. Y eso que nunca publico un artículo hasta que no lo he "dejado reposar", como el arroz de una paella. Pero en este caso el reposo dura unos cuantos días. Cierto es que se pierde un poco la "rabiosa actualidad" del comentario de algunas noticias, pero quizás es preferible un poco más de serenidad y reflexión en los análisis, frente a este periodismo de la inmediatez, donde las noticias se diluyen a las pocas horas.

Tras esta breve reflexión, entramos en el tema de este artículo, con el que no pretendo ser polémico o "enfant terrible" por el gusto de ir a contracorriente. Simplemente trato de exponer las cosas como las pienso. Hay unos clichés que califican la forma de pensar de las gentes de izquierdas y de derechas, de la misma manera que guardamos clichés sobre los españoles, los franceses, los catalanes, los andaluces, los gitanos, los judíos, los futbolistas, los guardias civiles, los funcionarios, las mujeres, y tantos y tantos grupos sociales. Evidentemente siempre hay un fondo de razón en esos clichés, pues indican unas formas de pensar características y mayoritarias, pero son injustos porque esos grupos sociales están compuestos de individuos cada uno con su forma de pensar absolutamente personal, y que en algunos pocos, y a veces en muchos aspectos, no coinciden con lo expresado en el cliché. Cierto es, sin embargo, que los medios que leemos tratan de influir en que nos parezcamos al cliché.

Así, una persona de derechas suele tener entre sus prioridades el concepto de "patria". Esta puede ser España, pero también Cataluña o el País Vasco. Incluso conozco casos en los que dicha patria es el Reino de Valencia (blavero) e incluso el País Valenciano (catalanista). El concepto de "patria" de la gente de derecha entraría en contradicciones en cuanto rascáramos un poco, pero se trata de un sentimiento (sería quizás más ajustado hablar de un instinto), algo parecido a la fe, que no tiene por qué tener una explicación racional.

Sin emabargo, también hay gentes que se consideran de izquierdas y a la vez se consideran "nacionalistas". Los más radicales, en España, serían la izquierda abertzale. Tengo un sentimiento dual con ellos. Por un lado me repugnan en cuanto que nacionalistas dispuestos a matar (en mayor medida que morir) por su patria. Pero esta repugnancia no me impide admirar y envidiar algunos de sus logros: El diario Gara, único diario importante en España que es de propiedad democrática (creo que pertenece a 10.000 socios), y la Cooperativa Mondragón, un perfecto ejemplo de empresa de izquierdas que funciona. Emplea a unas 80.000 personas en el mundo (wikipedia) y, según leí en un artículo del Daily Telegraph, su gerente no cobra más que 5 veces el sueldo del trabajador peor remunerado del grupo. ¡Chapeau!

Bueno, también hay mucho nacionalismo en ERC, en el Bloc, y en el Bloque Galego. Y en el PSOE , como Bono y Rodríguez Ibarra, aunque este partido hoy en día no se puede considerar de izquierdas, salvo quizás unos pocos de sus militantes. Pues bien, yo acepto que un cierto "nacionalismo" puede anidar en una persona de izquierda. Se trataría de un respeto a la tradición y cultura de sus padres y antepasados. Pero ser de izquierdas implica siempre una visión internacionalista del mundo, como el lema comunista.

El nacionalismo no es una seña de identidad de la izquierda, sino de la derecha, aunque es un virus extendido en la izquierda. Creo que es un tema de debate introducido interesadamente por las clases dirigentes, para desviar la atención del debate de las desigualdades sociales.

Pero si hay un cliché que identifica a la izquierda es la defensa de "lo público".

Es evidente que las privatizaciones han supuesto, como norma general, uno de los grandes expolios del patrimonio público. Por ello es comprensible, desde esa experiencia, como también desde la tradición pro-comunista, la adopción generalizada de esta postura.

La izquierda debe admitir que el comunismo ha fracasado, aunque nunca debió una parte de ella abrazar el neoliberalismo, que también ha fracasado. Debemos ser críticos con el comunismo: ¿Por qué fracasó? La primera causa de su rechazo fue la asfixia vital que provocaba, el control total, la falta de libertad. La gente quiere algún rincón para poder pecar. Creo que desde ese punto de vista nadie añora ya las dictaduras comunistas. Pero hay una segunda causa, que se reveló como cierta, que me explicó un francés medio mafioso, el cual conocía el mundo comunista, muchos años antes de la caída del telón de acero. Su segundo gran defecto era la falta de estímulo para la superación personal. En gran medida esa característica está presente en los funcionarios. No es que no tengan ambiciones personales, sino que éstas muchas veces no se pueden concretar en su trabajo. Y que me perdonen los funcionarios, que los tengo, y muy honestos y "ambiciosos" en mi familia cercana. Este artículo no pretende denigrar a los funcionarios, sino mejorar la organización de la sociedad.

Los funcionarios, esos trabajadores privilegiados, y no digamos si son liberados sindicales, están proporcionando argumentos a los canallas para enfrentar a unos trabajadores con otros. Aunque, bien pensado, esta gentuza siempre encontrará argumentos. Si no son los funcionarios, serán los inmigrantes, o los catalanes, o lo que sea.

El problema de las privatizaciones es cómo se han hecho, favoreciendo a los que se ha querido favorecer. Pero pensemos en licitaciones donde se privilegiara (vaya con la dichosa palabra) a las cooperativas y a las pequeñas empresas, donde se limitaran (por debajo, y quizás también por arriba) los salarios. Pliegos que fueran siempre aprobados por comités antifavoritismos, incluyendo el estudio de los plazos de presentación de propuestas, para evitar ventajas a los que tuvieran información filtrada. Pliegos que limitaran el periodo de la concesión a un plazo razonable. Y que no se renovaran automáticamente. Y que permitieran a la administración recuperar con facilidad el control en caso de abuso. No, no estoy en contra de las privatizaciones. Bien planteadas podrían ser una alternativa a "lo público", incluso pueden convivir ambos sistemas, porque la administración debe conocer siemrpee cuál de los dos sistemas es más ventajoso.

Hay un par de pecados más que dejo para un próximo artículo. No me gusta pasar del millar de palabras.

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